Es hermoso que la memoria no traicione a los mallorquines, y que Jaume Matas se comporte tal como lo recuerdan, henchido de la arrogancia y la soberbia que le arrastraron al desastre político y a la prosperidad económica. El ex president no ha cambiado. Afortunadamente, la isla de la que huyó sí lo ha hecho, porque Mallorca no se merecía acabar de la forma que él había diseñado y ahora niega. La mayor mentira sobre Matas que él jamás ha pronunciado consiste en adjudicarle algo parecido al coraje.

Le debemos tanto a Matas. Cuando el ex president se dirige al fiscal jefe Bartolomé Barceló con un explícito "me lo debe", reclama una deuda que la justicia balear había saldado con creces, porque hay una larga lista de ilustrísimos que le dieron alas para materializar los desastres ahora investigados. Al archivar sus escándalos, dieron rienda suelta a su impunidad. Le persuadieron de que los jueces nunca actuarían contra él. Ni siquiera se atrevieron a tomarle declaración, también ellos ignoraron la palabra coraje.

Matas ya no trabaja para Barceló, y Barceló ya no trabaja para Matas. El "me lo debe" no reivindica únicamente la hipoteca de todos los altos cargos que protegieron a Matas. Debe extrapolarse a "Mallorca, me lo debes". Nunca consiguió que le apreciaran ni sus votantes, por lo que exigió el cargo y sus inmunidades como un tributo. El palacete iba a ser la afrenta definitiva que debían tolerarle. Se excedió, según tiene anotado mil veces la historia.

Para que el despilfarro de su gestión sea completo, Matas ha obligado a la administración de justicia a pasarse tres días interrogándolo. El juez y los fiscales han sido sometidos a la tortura adicional de soportar unos discursos de los que afortunadamente han quedado exentos los ciudadanos, a resultas de las últimas elecciones.

Las ficciones de Matas siempre han sido más apasionantes que sus verdades, si las hubiere. El ex ministro ha confesado que guardaba herencias –esa gran coartada del dinero negro– de al menos cien mil euros en fajos de billetes, para pagar la entrada de su palacete de Madrid. Sin embargo, el precio total del inmueble se elevaba por encima del millón de euros. ¿De cuántas herencias adicionales en negro disponía, para afrontar la suma restante?, ¿cuánto dinero ha de poseer una persona que puede permitirse dilapidar una señal de cien mil euros, o 17 millones de pesetas?

La hipótesis del alquiler del palacete de Madrid tampoco resiste a la declaración de ingresos de Matas. Según el ex president, residía en Mallorca pero cada año podía dedicar una suma equivalente a la mitad de sus ingresos –cien mil euros brutos, según la declaración tributaria que arrojó a los periodistas– para mantener un lujoso piso en la capital. ¿Cuántas herencias recaían anualmente sobre el president de la familia numerosa?

En la versión oficial, Matas compra en Madrid un piso a sufragar con herencias, porque piensa vivir en la capital. Sin embargo, el 23 de abril de 2003 –fecha en la que Fernando Areal paga con dinero negro la entrada del inmueble madrileño– se presentaba en Mallorca la candidatura autonómica del ya ex ministro. Otra falsedad desmontada. Cuando el piso aparece por arte de birlibirloque, y con una firma que la Guardia Civil presume falsa, en manos de Bartolomé Reus, el ex president alega que se desinteresó por Madrid. A continuación, se pasa la legislatura en la capital, ocupando la vivienda de la que había renegado y que siempre ha estado en manos de su familia. Extraña desvinculación.

El estilo Matas resplandece con especial fulgor en la asignación de culpas a los más débiles. El día en que Pepote Ballester sólo merece el apoyo y el ánimo de los ciudadanos, al margen de su comportamiento político, recibe el mazazo del ex president, que le adjudica un Palma Arena donde el director general no decidía ni el color de los ladrillos. En su peor momento –del que saldrá con bien, sin ninguna duda– el regatista habrá aprendido que no sólo fue utilizado como intermediario para acceder a Iñaki Urdangarín, sino a modo de escudo humano por si venían mal dadas.

"Sin complejos" es el lema que impuso Matas en su último Govern, y lo aplica a rajatabla contra sus subordinados. A Rosa Puig y Rosa Estarás les conviene disfrutar de una excelente salud. Si alguien piensa que Matas no controlaba por razones obvias la construcción del edificio público más caro de la historia de Balears –un velódromo que ni siquiera puede ser utilizado como tal–, tampoco residía en la comunidad entre 2003 y 2007.

Matas no se encargaba del Palma Arena, pero guardaba en su despacho personal la maqueta de la absurda ópera que iba a levantar en el dique del Oeste, tras un acuerdo personal con Santiago Calatrava. Por lo visto, se ponía el casco en el velódromo, pero no departía con las personas que allí se congregaban. Basta enumerar los gastos estrafalarios para concluir que sólo el ex ministro era capaz de esos dispendios. Sin embargo, y después de que el ex president haya martirizado a los funcionarios judiciales durante dos días, la única conclusión aceptable es que Jaume Matas jamás presidió Balears. Lástima de la memoria, tan pegajosa.