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Antonio Papell

Viaje al bipartidismo

En un cierto momento, pareció que el presidente del Partido Popular, Pablo Casado, había tomado conciencia de vital para su organización política recuperar en la media de lo posible el viejo bipartidismo imperfecto que funcionó en este país desde la llegada del primer gobierno socialista en 1982 a las elecciones generales convocadas por Rajoy a finales de 2015. Lógicamente, tal pretensión choca hoy con la evidencia de que buena parte del espacio conservador está ocupado por la extrema derecha (en noviembre de 2019 Vox obtuvo 3,7 millones de votos, el 15,2% del total, frente 5 millones del PP, el 21%) y, para consolidarse, sería necesario que el PP reabsorbiera o minimizara a su vecino ultra.

En teoría, para que el PP recupere su hemisferio, hay dos caminos: uno primero, el de radicalizarse hasta superponerse a Vox y tratar de recuperar la clientela perdida por este medio y en una especie de fusión; uno segundo, el de establecer un cordón sanitario que aísle a Vox, de forma que los votos destinados a esta organización sean inútiles: Vox no arañaría poder alguno por sí solo, y el PP, que podría asociarse con él, prefiere hacerlo con los partidos democráticos a su izquierda. Esto es lo que hace la señora Merkel, lideresa de la CDU alemana: la coalición conservadora CSU-CDU prefiere pactar con el socialdemócrata SPD que con la neonazi Alternativa para Alemania (AfD), de la misma manera que el SPD prefirió pactar con los verdes que con la ultraizquierda de Die Linke.

Casado parecía haber optado por la ruptura con Vox cuando este partido, en una de sus marrullerías, presentó una inviable moción de censura contra Sánchez. Sus denuestos contra los herederos del neofranquismo fueron solemnes y representaron un distanciamiento que podría poner en peligro las alianzas territoriales tripartitas que se compendiaron en la célebre foto de Colón, en que posaron juntos PP, Vox y Ciudadanos.

El PSOE correspondió a este gesto con expresivos reconocimientos de que el PP es el principal partido de la oposición, de forma que Casado es el jefe de la misma, título inexiste que paladeó Fraga con indescriptible placer en tiempos de las “escenas de sofá” con Felipe González. Con este título estuvo presente Casado en los reducidos actos del 23-F, en que hasta el Rey le designó con esa etiqueta. Y en calidad de tal, Casado se avino al fin a negociar con el PSOE los cargos institucionales, después de una inaceptable negativa durante más de dos años. En este clima de recuperada buena voluntad, PP y el Gobierno pactaron la renovación del consejo de administración de RTVE, con lo que desbloquearon la institución. Pero chocaron nuevamente a la hora de renovar el Consejo General del Poder Judicial: el PP vetó a uno de los jueces designados por el gobierno porque había condenado al PP por corrupción. El precedente es grave: un juez puede ser incapacitado para ocupar cargos institucionales si dicta sentencias incómodas para los partidos políticos.

Esta nueva negativa resucita forzosamente una sospecha que explicaría la reticencia del PP: el desmedido interés en no pactar la renovación del CGPJ, de mayoría conservadora porque se constituyó en tiempos de Mariano Rajoy, podría deberse a la voluntad de mantener una propensión favorable del Consejo a sus intereses, y en momentos en que el PP está sometido a numerosas causas judiciales. El incumplimiento de las obligaciones constitucionales podría en este caso ser interpretado como un verdadero fraude de ley. En todo caso, es una provocación que aleja al PP de la categoría de partido de Estado que ocupó hasta hace poco. Rajoy, sin ir más lejos, pactó con el PSOE algunos asuntos vitales, incluso una reforma constitucional, algo que Casado no parece dispuesto a hacer, salvo en el caso —la excepción confirma la regla— de RTVE.

Es obvio que el PP no se ha instalado todavía en su peana definitiva de partido de Estado. Pero ya es hora de que cesen las vacilaciones y de que Casado lleve a los suyos a un puerto concreto. No se puede estar a la vez en el centro y en la ultraderecha.

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