Opinión

(Casi) todos contentos

El portavoz del PSOE en el Congreso, Patxi López.

El portavoz del PSOE en el Congreso, Patxi López. / EP

No son infrecuentes las interpretaciones sesgadas poselectorales que atribuyen a todos y cada uno de los actores un éxito en los comicios, aunque la racionalidad diga otra cosa, pero en el caso de las elecciones vascas del domingo se han cumplido muchas expectativas, por lo que es lógico esta vez que casi todos los partidos exulten de dicha por el comportamiento de la sociedad civil ante las urnas. El «casi» afecta, como es bien evidente, al espacio político situado ala izquierda del PSOE, en el que Sumar ha conseguido por los pelos un escaño (durante buena parte del escrutinio se mantuvo fuera de la cámara vasca) y Podemos ha desaparecido del mapa. La hecatombe es de las que hacen época, sobre todo si se piensa que, en las elecciones generales de 26 de junio de 2016, Podemos ganó en votos en el País Vasco con 317.674 papeletas frente a 302.316 del PNV, consiguiendo cada una de ambas formaciones seis diputados al Congreso.

Salvo esta debacle, que es sin duda la consecuencia más grave de la votación, el resto de las organizaciones han acopiado motivos para la complacencia: El PNV ha ganado por un puñado de votos las elecciones, como casi siempre, aunque sería ceguera no advertir que EH Bildu, que ha dado un potente salto cualitativo hacia adelante de seis escaños, le está pisando los talones en una dinámica que le augura la hegemonía dentro de poco (frente al ascenso de Bildu, el PNV ha perdido 4 escaños). De cualquier modo, la izquierda abertzale ya había dado por convenido que había de aplazar sus lógicas ambiciones de gobernar, ya que de momento se mantendría el pacto PNV-PSE como en prácticamente toda la etapa democrática, salvo la legislatura en que Patxi López ocupó la lehendakaritza respaldado por un PP que tuvo en aquella ocasión un comportamiento ejemplar. Sea como sea, EH Bildu es ya hegemónico en Guipúzcoa y en Álava y el PNV en Vizcaya.

El PSE ha subido dos escaños, hasta los 12, con lo que, sumados estos a los 27 del PNV, resulta una mayoría de 39 escaños, uno más que la mayoría absoluta. El PP ha subido 1, hasta los 7, pero no ha logrado expulsar del parlamento vasco a Vox, que conserva el suyo en la tierra de Santiago Abascal. Y tanto el PSE como EH Bildu se han beneficiado del hundimiento de la izquierda de la izquierda, ya que ambos han recogido los votos huérfanos procedentes de dicho espacio.

Es obvio que las consecuencias de todo lo anterior se palparán a lo largo de la legislatura, pero hay dos conclusiones que conviene dejar asentadas en el punto de partida de este viaje. En primer lugar, el nacionalismo vasco, que representa casi el 70% del electorado, es claramente mayoritario, al contrario de lo que ocurre en Cataluña, donde le cuesta lograr el 50%. Además, el grito de celebración de EH Bildu tras la jornada del domingo fue el de «¡independentzia!», frente a la discreción del PNV, que también es independentista pero sin urgencias ni tics revolucionarios. Quiere decirse que la consolidación de EH Bildu como primera fuerza vasca podría generar una conflictividad que habría que prever para no asistir a un nuevo proceso a la catalana. En Euskadi, el plan Ibarretxe fue pacífico y correcto, y este ha de ser el camino de cualquier planteamiento futuro de la autodeterminación.

En segundo lugar, las elecciones vascas confirman lo que las gallegas ya dejaron de manifiesto en relación a Sumar, formación catch-all de la izquierda radical de la que se ha desgajado Podemos, y que no ha conseguido agrupar a todos los potenciales votantes de este sector, que entiende, con toda la razón, que la dispersión del voto se debe a la falta de visión de estado de sus líderes, que anteponen su acomodo personal al proyecto integrador que les privaría de su particular chiringuito. Es urgente que las facciones de Sumar, lo que quede de Izquierda Unida, y Podemos tengan la grandeza de rectificar y de prestar al país el servicio de una representación cabal, unificada, coherente con el progresismo que afirman profesar.

Euskadi puede, en este sentido, ser un crisol en el que se forje el sentido común de una izquierda que ha perdido el rumbo y hasta le sentido de orientación.

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