Opinión

Los presidentes del Gobierno caen mal

Todos los líderes del ejecutivo en democracia abandonaron La Moncloa en su peor momento, en medio del descrédito y denigrados a menudo por sus propios votantes

Rajoy estrecha la mano a Sánchez tras ser 'decapitado' en una moción de censura

Rajoy estrecha la mano a Sánchez tras ser 'decapitado' en una moción de censura / Emilio Naranjo

Los egipcios ya especulaban sobre el fin del mundo, la tentación milenarista no ha abandonado desde entonces ni a los españoles, tan felices según los sondeos del CIS. Aquí, los presidentes del Gobierno caen mal, se hunden en la desgracia. Todos los líderes del ejecutivo en democracia abandonaron La Moncloa en su peor momento, en medio del descrédito y denigrados a menudo por sus propios votantes.

Adolfo Suárez fue el segundo presidente destituido personalmente por Juan Carlos I, después del infausto Arias Navarro. El fundador de la UCD, elegido por la fortuna como el apóstol San Matías, acabó componiendo una figura crística. Asediado por los poderes fácticos económicos y militares, incapaz de imponer la disciplina en la olla de grillos ucedista, los insultos que recibió de Alfonso Guerra serían adaptados con posterioridad por la derecha contra los primeros ministros socialistas. Nadie quería saber de él tras su hundimiento en el 1981 y su aventura crepuscular con el CDS. Resumió su desesperación en una sentencia, «me quieren, pero no me votan».

Leopoldo Calvo Sotelo es el primer pianista que llegó a presidente del Gobierno. Aterrizó envuelto en el 23 F, y batió el récord de brevedad al no cumplir su segundo aniversario en La Moncloa. Ejerció de liquidador de la UCD, que pasó de 168 a doce diputados en solo tres años, ni siquiera el teórico líder logró su escaño. Es la única disolución en la historia reciente de un partido que ha ejercido el poder en solitario. Nunca se hizo ilusiones sobre sus mínimos márgenes de maniobra, su catastrófica salida se vio redimida por su muy británica Memoria viva de la transición. Su frase definitiva «Nuestro enemigo, además del PSOE, era la UCD».

España solo ha amado de verdad a Felipe González, y el 23F aportó la excusa ideal para votarle en masa. El vencedor más consistente de hasta cuatro elecciones consecutivas también acabó en la ruina más miserable, con el encarcelamiento de un ministro del Interior por secuestro y de un gobernador del Banco de España que murió sin ser condenado. Felipe es el más historiado y el más legendario de los inquilinos del Gobierno, su figura y la de Suárez recuerdan que la apostura física no es una exclusiva del actual primer ministro. El gran seductor y fundador del felipismo combinó las victorias arrasadoras de los ochenta con el descrédito de los noventa. Lo perdió todo menos las elecciones, no es descabellado concluir que todavía no se ha recuperado de su estrepitosa caída, o del trauma de ser recordado por «gato blanco o gato negro, da igual, lo importante es que cace ratones».

José María Aznar llegó a La Moncloa cuando había cundido la convicción de que nunca lo lograría. El presidente marcial que liquidó el servicio militar es el único que planeó su fecha de caducidad desde el primer momento, y que respetó el calendario. Una vez consolidada su tarea, el primer ministro que accedió al cargo aupado por su sangre fría frente a un intento de asesinato de ETA sufrió el mayor atentado de la historia en suelo europeo, un balance trágico no superado. Sus mentiras sobre la autoría de Al Qaeda deshonraron sus mandatos y anularon su mayoría absoluta. Sus baladronadas de intachable se diluyen con la trayectoria posterior de los ministros Rato, Zaplana o Matas, por no hablar de la elevada tasa de criminalidad entre los invitados a la boda escurialense de su hija. Será para siempre el autor de «Váyase, señor González».

José Luis Rodríguez Zapatero sintetizó su naufragio en «cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste». Venía de ganar la Champions para España cuando regaló al PP su más holgada victoria. Dimite de hecho al adelantar las elecciones, delegando en Pérez Rubalcaba. Al igual que en todos sus colegas, se comprueba que tras la etapa de ostracismo llega la rehabilitación tardía, así que el superhéroe ZP regresa con energía insospechada para ganar las elecciones a través de un candidato socialista interpuesto.

Mariano Rajoy se marcha en una interminable y bien regada sobremesa, sin cumplimentar siquiera el ritual de asistencia a la moción de censura que lo decapitó, con su escaño ocupado por el bolso de Soraya Sáenz de Santamaría con voluntad premonitoria. Es el primer presidente que abandona el poder repudiado por los diputados y no por los votantes, el cargo va de mal en peor.

Pedro Sánchez ha centrifugado la política. El mago del bricolaje y domador de lo inverosímil ha mudado la piel del león por la del zorro. Desde que se tambaleó psicológicamente, vive tan a gusto en su isla desierta, con «mi mujer y yo». Su cargo solo ofrece una certeza, caer mal y acabar peor.

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