Opinión

Lo que aportaron los tiempos de la pandemia

Regresa el debate sobre el futuro de la gestión turística en Balears al mismo tiempo que se buscan nuevas fórmulas para diversificar la economía de las islas

Rafael Nadal, en su academia de tenis, en Manacor

Rafael Nadal, en su academia de tenis, en Manacor / Jordi Cotrina

Martí Saballs

Martí Saballs

Mis padres cogieron por primera vez un avión, ida, y un ferri, vuelta, para disfrutar de su luna de miel en Mallorca en 1956. Aquel empezaba a ser el destino deseado de las nuevas parejas para empezar una vida en común. Unos cuantos años más tarde, en 1981, el viaje de fin de curso de octavo de EGB consistió en ir, esta vez ida y vuelta en ferri, a la isla balear. Tocaba descubrir El Arenal, donde nos alojábamos, y sus discotecas para adolescentes; las cuevas de Artà; la fábrica de perlas artificiales de Majorica, en Manacor, y el castillo de Valldemossa, donde se alojó el compositor polaco Frédéric Chopin. Las Baleares y, con ella España, ya estaban consolidándose como uno de los grandes destinos turísticos del planeta.

Como contraste, la última vez que visité Mallorca fue en marzo de 2021, en plena pandemia. Cola de una hora para realizarse el obligado test anticovid para poder entrar en la isla. La mayoría de pasajeros que llegaban al aeropuerto semivacío de Son Moix eran nacionales. Poca afluencia de extranjeros. Por la mañana, en las calles de las zonas turísticas apenas paseaba nadie; los restaurantes: vacíos. De vez en cuando, se cruzaba alguna familia del norte de Europa y los habituales grupos de ciclistas que van a entrenarse.

Aproveché el viaje para conversar con la presidenta de Riu Hoteles, Carmen Riu. El Hotel Festival, de esa cadena, era de los pocos que seguían abiertos. El panorama del sector en aquel momento era desolador: no se percibía una salida del túnel a corto plazo y los ertes eran una espada de Damocles que pendía sobre el futuro de cientos de miles de empleados que vivían de la hostelería y el turismo en España, primer sector del país. Las expectativas de que se volvieran a recuperar las cifras de viajeros de 2019 eran nulas. Quienes habían estado impulsando la turismofobia antes de la crisis sanitaria, empezando por una exalcaldesa de Barcelona de cuyo nombre mejor no acordarse, empezaron a entender cómo la reducción drástica de la demanda de un producto tiene un efecto inmediato sobre la seguridad laboral y el bienestar personal de los ciudadanos que de él dependen.

Baleares, meca del turismo nacional, recuerda como una pesadilla olvidable aquellos tiempos de pandemia que pusieron contra las cuerdas a las empresas más endeudadas y, como en tantos lugares del país, incluso supuso el cierre de pequeños establecimientos. Para estos, la acelerada recuperación que se produjo una vez se dio por controlado el virus llegó demasiado tarde. Quien logró salvarse fue gracias a su buen balance, a la refinanciación de las deudas y/o a operaciones corporativas de diversa índole, empezando por la venta de activos. Fue suficiente para saltar los obstáculos.

Riu, Barceló, Meliá –única cotizada en bolsa–, Iberostar, Piñero, Palladium... son algunos de los nombres más conocidos, cuyas marcas se han expandido por todo el mundo. Grupos que mantienen su independencia familiar y que, en ningún momento, se han planteado fusionarse entre ellos para crecer en volumen y buscar economías de escala.

Ni los más optimistas apostaron por lo que vino. España, en su conjunto, volvió a batir el récord de visitantes el año pasado, con 85 millones. La barrera de los cien millones está más cerca y el debate sobre si es posible sostener tanto turista vuelve a estar en primera línea. Los defensores del tourist go home han vuelto a levantar la cabeza. Imagino que nunca deben salir de su barrio para viajar.

En un plano positivo, no de ir a la contra, los efectos de la pandemia sí sirvieron para avivar el debate sobre la necesidad de seguir apostando por una diversificación más allá del turismo en Baleares. La insularidad no podía servir de excusa. Como nuevo referente, las inversiones del tenista Rafael Nadal, como la creación de la academia de tenis y estudios en Manacor. Más de 500 empleados y una facturación, no confirmada, superior a los 20 millones de euros. Alrededor del negocio de Nadal hay que sumar las empresas indirectas que viven de él. En Mallorca, conviene recordar, tienen su sede central la primera fundación de España, la de La Caixa, y su fondo inversor Criteria, así como la aerolínea Air Europa, inmersa en pleno proceso de adquisición por parte de Iberia.

Coincide la semana de la celebración de la primera edición del Foro Económico y Social del Mediterráneo organizado por Prensa Ibérica –del que, por razones de edición, daremos un buen resumen de él la semana próxima– con el especial Baleares que ofrecemos esta semana en ‘activos’. En él hemos querido lanzar un mensaje informativo que va más allá del negocio tradicional.

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