Análisis

Escarrer agarra al toro de la turismofobia por el rabo

Los inventores del turismo de masas reconocen públicamente el «desorden y la mala gestión», a diferencia de los políticos 

Gabriel Escarrer

Gabriel Escarrer

Matías Vallés

Matías Vallés

Le comunico por el presente artículo que esta noche tiene un invitado a cenar. En más de un caso, puedo advertir su satisfacción, por salvarle la velada anodina. Perdón, no es un invitado, son dos. Ya advierto algún síntoma de preocupación. Pues no son dos, son cuatro. Aquí empieza a amanecer la hostilidad. ¿Y si son ocho, o quince? Cada mallorquín recibe a veinte invitados en su hábitat natural, ya superpoblado de partida. Los políticos escamotean esta evidencia, y seguimos sin noticias de los ecologistas anestesiados por el Pacto. Solo los hoteleros advierten la gravedad de la situación al contemplar como el toro de la ciudadanía se echa a la calle en una sana turismofobia o toma de conciencia de que así no se puede convivir.

La dinastía Escarrer, inventora del turismo de masas en compañía de Barceló, Riu, Fluxá y Matutes, ha decidido agarrar con coraje al toro de la turismofobia. Por el rabo, pero sirve como principio mientras los políticos huyen a izquierdas y derechas. Contemplar a los excelentísimos confesando un «crecimiento a veces desordenado y mal gestionado», o denunciando la gentrificación, el deterioro de los espacios naturales y la dudosa calidad del empleo, implica un avance sustancial. Comparen con la «sensación puntual de saturación» predicada a coro por PP y PSOE.

En décadas anteriores, los sectores cerriles de la derecha turística le pegaban una patada al tablero, o tomaban físicamente un ayuntamiento democrático. Gabriel Escarrer dispone las piezas sobre la mesa, y admite que la actividad turística tiene contrapartidas. Por el rabo también se frena a la bestia, lástimas de políticos acobardados y en especial de una izquierda que propagó la peste del alquiler turístico a toda la isla.

En Escarrer y demás linajes no interesa si hay conversión, sino si hay convicción. Son excelentes vendedores, por lo que han advertido que la pacífica burguesía se ha embravecido en astado bufante, torturada por la masificación. Ahora bien, el tono del manifiesto hotelero se matiza en la sesión de preguntas, cuando el presidente de Meliá establece que «las manifestaciones se usan como símbolo de que el turismo no es bienvenido, es lo peor que nos puede pasar». Con la presión explosiva actual, el turismo no es bienatendido, pero quién le agarra los cuernos al toro.

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