Lugar: Espacio A

De entre los artistas modernos que después de la Segunda Guerra Mundial se establecieron en las Illes Balears para producir una extensa parte de su obra, Katja Meirowsky (Straussdorf, 1920 – Potsdam, 2012) ha permanecido injustamente alejada de los focos historiográficos. Su obra y su figura nos aparecen hoy bajo el signo de un cierto anacronismo, de extrañeza y, al mismo tiempo, de una poderosa determinación estética. Actualmente es necesario rehacer el canon del arte moderno ampliando los criterios y haciendo un hueco a «la otra mitad de la vanguardia».

De ascendencia rusa e italiana (Casella era su nombre de soltera), Katja Meirowsky era hija de madre judía y padre comunista. Entre 1938 y 1942 estudió pintura en la institución que actualmente recibe el nombre de Universidad de las Artes en Berlín. Durante la época nazi fue miembro de la Rote Kapelle [Orquestra Roja], una organización de resistencia al nazismo y asistencia a los judíos y a los que tenían que huir del régimen alemán. Perseguida por la Gestapo, Meirowsky se escondió en Polonia durante la guerra y regresó a Berlín en 1945 para trabajar como artista en el entorno de las galerías Gerd Rosen y Bremer.

Junto con el artista Alexander Camaro y su esposa, Liselore Bergman, Meirowsky fundó en 1949 el cabaret de artistas Die Badewanne [La bañera], en torno al cual encontramos, así mismo, entre muchos otros, a los artistas Hans Laabs y Heinz Trökes, con quienes después coincide en la isla de Eivissa. Situado en el Femina-Bar de Berlín, Die Badewanne era un centro de experimentación multidisciplinar que unía la pintura, la literatura, la danza, el teatro y la música y que se inspiraba en la literatura y el arte moderno perseguido y censurado por los nazis para su reinterpretación y adaptación a la realidad del momento. La sátira, la ironía, el absurdo y el humor negro les permitían denunciar la pervivencia del nazismo en la sociedad de posguerra. Die Badewanne solo duró unos seis meses, aunque fueron muy intensos. En 1950, un grupo de estos artistas fundó un nuevo cabaret, Die Quellepeitsche [La fuente original]. Meirowsky, su marido, su hermano pequeño Rolek Casella y Hans Laabs crearon un proyecto alternativo, Das Atelier [El taller].

Motivada principalmente por el deseo de encontrar su propia voz como artista, lejos del peso de un pasado angustioso y violento, en 1952, Katja Meirowsky y su marido se establecieron en Eivissa. La construcción de una nueva vida, la opción de volver a comenzar, la dedicación absoluta a la creación y la invención de un nuevo mundo parecían posibles en el lugar que había sido escenario de utopías también antes de la guerra. A pesar de formar parte del Grupo Ibiza 59, en el que fue la única mujer en un ambiente eminentemente masculino, Meirowsky vive una vida casi ascética, sin demasiadas relaciones sociales y rodeada de un pequeño grupo de amigos. Karl y Katja Meirowsky desarrollaron en la isla una afición particular por la arqueología que llevan a Karl Meirowsky a ser el primer miembro extranjero del entonces llamado Instituto de Estudios Ibicencos. La energía y el entusiasmo de Karl les empuja a viajar esporádicamente fuera de la isla por el Mediterráneo, América o Asia.

La Eivissa del momento era una excepción cultural en una España todavía pobre que vivía los rigores de la dictadura militar. La Pitiusa mayor era un centro de relaciones multiculturales donde coincidían artistas y creadores de numerosas nacionalidades, un hervidero de creación plástica y literaria, con algunas galerías y, desde 1969, uno de los primeros museos de arte contemporáneo de la posguerra.

A pesar de exponer su obra en Eivissa, en la Península, en Alemania y en otros países europeos, su trabajo nos llega hoy poco explorado crítica e históricamente. La exposición que presenta Es Baluard Museu es un intento por percibir la obra de toda una vida, ya entrado el siglo XXI, con una nueva actitud y una nueva mirada.

Parece como si la obra de Meirowsky quisiera distanciarse de las convenciones que han dominado el arte de su tiempo para situarse fuera de él, en un exterior desde el que reclamar la estricta necesidad creativa individual como reacción a una existencia marcada por algunas de las barbaridades humanas más terribles y espantosas que tuvieron lugar en la primera mitad del siglo XX: el fascismo, el holocausto, la segunda gran guerra, los totalitarismos y la destrucción de un mundo y una cultura. Podríamos decir que la pintura de Meirowsky se construye por eliminación, por destilación de formas generadas a partir de la voluntad de huir del rigor del cubismo, de apartarse de la condición líquida del espacio surrealista y de los egoísmos expresionistas, del tachismo o del informalismo que dominaron el mercado del arte desde la posguerra. Meirowsky hace avanzar su obra por el camino de la abstracción, pero casi siempre con delicados equilibrios entre la presentación de espacios prototeatrales (encontramos en ella escenarios, cortinas…) y la naturaleza que la rodea, sin olvidar la huella de los humanos sobre la tierra y los paisajes, la cultura y sus vestigios.

Realizada a partir de la obra que la artista conservó a lo largo de su carrera, cuidadosamente custodiada por sus amigos Marianne y Reinhard Lippeck en Potsdam, la exposición quiere interrogar sobre las razones de la fascinación que hoy ejerce este trabajo. Por un lado, Meirowsky recoge la herencia de los artistas de vanguardia de la primera mitad de su siglo; por otro, la constante búsqueda de singularidad le hace explorar caminos visuales totalmente opuestos a las corrientes dominantes y a las modas: Meirowsky huye de los estilos conocidos para crear constelaciones iconográficas en las que la racionalidad expresada con colores modestamente apagados transmite emociones e ideas prácticamente inenarrables. Su pintura no parece tener referentes externos: todo se inicia y retorna al espacio que el autor y el espectador comparten inconscientemente.

Como escribió el poeta castellano Antonio Colinas, gran amigo de Katja y Karl Meirowsky, «[…] en sus obras […] hay sabia paz y amenazas, hay una enorme y metafísica serenidad y una agresión, una provocación que viene impuesta por el sentido catastrofista del tiempo que nos ha tocado vivir».