Podemos discutir hasta la denominación del formato y su contenido pero, a la vista de los reacciones y de la audiencia, el cara a cara televisivo entre los candidatos a la presidencia del Govern de los partidos con mayor representación, el PP y el PSOE, sirve para demostrar por lo menos una cosa, que el elector transformado en televidente está predispuesto a la confrontación de ideas, propuestas y análisis, hasta a arropar el espectáculo de la pugna política directa si se terciara. Hay demanda, pero la oferta no se entusiasma para responder a las expectativas. Todo un síntoma.

IB3 no se marcó el domingo su gran noche de audiencia. Emisiones de entretenimiento y películas avaladas por la taquilla de las salas comerciales, programadas por otras cadenas a la misma hora, consiguieron mejores cuotas de pantalla. Sin embargo, el debate entre Francesc Antich y José Ramón Bauzá logró doblar el número de espectadores que normalmente contemplan la televisión autonómica en una noche de domingo. Obtuvo una cuota del 7,8%, traducida en una media de 35.000 espectadores, lo cual significa que comenzaron a alternar discurso con menos de la mitad de los 55.000 electores que estaban sentados ante el televisor en el momento de la despedida.

¿Valió la pena el esfuerzo de sacrificar ocio dominical en busca de conocimiento político? Vistos los resultados, habrá que concluir que no, porque el debate acabó siendo victima de sí mismo y no aportó prácticamente nada nuevo al espectador. Antich y Bauzá no aportaron cosas frescas en la comparecencia conjunta a tiempo alterno ante las cámaras. Se reafirmaron en sus respectivas tesis marginando por completo la espontaneidad y el diálogo. Sabían y tampoco querían más, que iban a escenificar un debate precocinado, insípido y revestido de sobrado miedo escénico con una cronometradora y a la vez locutora a la que privaron de su condición de moderadora y periodista. Los protagonistas, a fin de cuentas, platearon la cuestión al revés, tenían mayor afán en salir ilesos antes que triunfadores. Por eso el debate de la noche del domingo tiene serias dificultades por responder a su denominación. ¿No habíamos quedado en que los tiempos modernos requieren riesgo, iniciativa y ambición para poder salir de la crisis?

El debate del domingo, después de más de una década de espera y a expensas de lo que puede pasar en los últimos días de campaña, no invita a pensar que las cosas vayan en esta dirección, pero a la vez, sobre todo si se tienen en cuenta las reacciones exteriores, puede ser administrado como propuesta en serio de diálogo y entusiasmo. Es su única utilidad.

La fórmula utilizada es discutible a todas luces. Por tanto, habrá que abogar por nuevas propuestas reales de debates televisivos, incluso pluridireccionales, en la plenitud del término y, por descontado, dejando amplios espacios abiertos a la espontaneidad, la improvisación, la interpelación y las preguntas directas de quien modere, siempre que puedan estar planteadas desde las propias intervenciones de los protagonistas y del interés público. Un debate como el del domingo, de repetirse en los mismos términos, será rechazado por el auditorio. El de Antich y Bauzá pudo salvarse porque gozaba de la ventaja de tener los antecedentes demasiado lejanos. Pero ya no serán posibles nuevos apaños temerosos porque el espectador ha percibido la diferencia entre escenificación de confrontación en falso y debate real.