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Europa, otra vez

Europa, otra vez

A la vista de los resultados de las recientes elecciones al Parlamento Europeo, me parece que en relación con las instituciones comunitarias se está produciendo algo parecido a lo que sucedió antes del Brexit en el Reino Unido. Por un lado, están los antieuropeos o euroescépticos, que no cesan en sus reiterados ataques y críticas a todo lo que provenga de fuera de las propias fronteras del respectivo país, y que van aumentando su grado de influencia; y por otro, los partidos y dirigentes que se dicen europeístas, pero que se limitan a afirmar que todo va bien y que las instituciones de la Unión Europea funcionan de maravilla. Creo que las cosas son un poco menos simples y más matizables. Trataré de explicarme.

Hace ya más de veinte años, cuando se planteaba la conveniencia de ampliar la Unión para dar acogida a los países que habían estado bajo la órbita soviética, una de las cuestiones que debía afrontarse era si se optaba por una mayor cohesión entre un número reducido de estados, o se iba hacia una ampliación territorial del ámbito de la Unión Europea, como finalmente se decidió por razones tanto de oportunidad política como económicas. En ese momento, pues, la opción fue crecer en territorio, lo que, sin duda, implicaba dificultar una mayor integración. Es evidente que cuanto más numerosos son los miembros de un grupo, ello dificulta su cohesión interna. En definitiva, era más difícil avanzar así. Teniendo en cuenta, además, que por aquel entonces la creación del euro como moneda común (en algunos de los estados, no todos) era un acontecimiento relativamente reciente, y no se sabía muy bien como iba a ir la cosa.

Sobre esa base tan inestable, la UE fue evolucionando, tratando de capear los sucesivos problemas que han representado la crisis económica de 2008, la pandemia de la Covid o, ahora, la guerra en Ucrania, pero sin conseguir en la práctica una mayor integración, sino teniendo que hacer frente a diferentes formas de ver la realidad, como consecuencia de estar constituida por muchos países, con grandes diferencias entre sí. En la práctica, pues, lejos de ir acercando las instituciones europeas a los ciudadanos de cada país, lo que ha ido sucediendo -por muy diversas razones, ya digo- ha sido que éstos han tendido a pensar que esas instituciones representaban una traba para los intereses nacionales y que lo mejor era laminarlas y reducir sustancialmente sus ámbitos de competencia.

Esa circunstancia se ha puesto de manifiesto en el hecho de que, según los datos oficiales, se ha abstenido de votar en las recientes elecciones el 48,99 % del censo electoral europeo (con tasas de participación muy bajas sobre todo en los países más recientemente incorporados a la UE, como Croacia con el 21,35% y bastante más altas en los que ya llevan más tiempo en la misma, caso de Bélgica, con una participación del 89,82%). Se ve que el hecho europeo, o, más bien, la pertenencia a una realidad compartida ha motivado poco a los ciudadanos, en términos generales.

Otra circunstancia que revela también ese escaso apego, es el alto porcentaje de votos que han obtenido las candidaturas antieuropeístas o euroescépticas, que se ha movido en el entorno del 20%. Y que han visto incrementada notablemente su capacidad de influencia. Ya veremos cómo acaba la cosa a la hora de designar a los miembros de las diversas instituciones comunitarias, cuestión que en estos momentos está sobre la mesa.

Por no hablar del hecho de que, incluso los partidos presuntamente europeístas han afrontado ese período electoral desde una óptica interna, más que presentando sus opciones y programas para Europa. Basta leer la prensa estos días para confirmar este hecho. Y no solo en España.

En suma, pues, creo que no se trata de «Más Europa» o de «Menos Europa», como parece que cada bando postula, sino de «Mejor Europa», a lo que parece que nada quiere aludir. Se trataría, así, de mejorar lo ya hecho, para avanzar en el camino de la cohesión, sin alejar a los gobernantes de las realidades sociales a que deben servir.

Valga aquí una cita del artículo que Víctor Lapuente publicó en el periódico El País el pasado día 11: «El mejor análisis de estas elecciones europeas lo escribió el poeta irlandés William Butler Yeats hace un siglo: «El centro no resiste (…) Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están llenos de apasionada intensidad». Entre los verdes prados, Yeats debió tener una visión profética del rostro circunspecto de Macron y el exaltado de Alvise el domingo noche».

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