Opinión

Balears: ¿regreso del franquismo?

El presidente del Parlament, Gabriel Le Senne, junto a la imagen destrozada de Aurora Picornell.

El presidente del Parlament, Gabriel Le Senne, junto a la imagen destrozada de Aurora Picornell. / ISAAC BUJ/EUROPA PRESS

Guardo escasos recuerdos de mi padre, profesor de Lengua y Literatura en el Instituto femenino Joan Alcover de Palma, ampurdanés de nacimiento y obligado a exiliarse al término de la Guerra Civil, represaliado luego al regresar a España, repuesto finamente en la cátedra y enamorado de la isla de Mallorca que se convirtió en su patria adoptiva. Aquel intelectual que dejó un emocionado vacío en el corazón de sus alumnas falleció de cáncer cuando yo todavía disfrutaba de la feliz irresponsabilidad de la infancia. Y uno de los recuerdos más vividos que guardo de él fue la descripción del horror con que, doliente cicerone, me mostraba los lugares malditos de la ciudad mediterránea. Los edificios que fueron pocos años antes centros de detención y de tortura, el castillo de Bellver convertido en prisión, y sobre todo las huellas de balas en los paredones del cementerio donde fueron fusiladas las víctimas del levantamiento del 36. Todas del mismo lado.

En Mallorca, el levantamiento militar se impuso casi sin lucha. El general Goded, máxima autoridad militar de la isla, emitió un bando el 19 de julio en estos términos: «Resuelto a mantener inflexiblemente mi autoridad y el orden, será pasado por las armas todo aquel que intente, en cualquier forma de obra o de palabra, hacer la más mínima resistencia al Movimiento Salvador de España». Goded marchó enseguida a Cataluña, a reforzar el golpe, pero en el Principado los facciosos no se impusieron y el militarote rebelde fue fusilado. Pese a ello, los epígonos de Goded se impusieron con rapidez en Balears, y fracasó la expedición catalana comandada por Bayo que tuvo que regresar con rapidez tras un efímero desembarco; los milicianos que no pudieron sumarse al repliegue fueron puntualmente fusilados, incluso cinco enfermeras de la Cruz Roja que formaban parte de la expedición.

Durante el tiempo que duró la guerra, la eliminación planificada de adversarios fue sistemática por parte de las autoridades franquistas. Entre los asesinados estuvieron los líderes más populares y destacados de los últimos meses de gobierno de la II República: la dirigente comunista Aurora Picornell Femenies; el alcalde de Palma, Emili Darder i Cànaves; el diputado socialista Alexandre Jaume Rosselló; o diversos dirigentes socialistas como los hermanos Miquel y Joan Montserrat Parets, entre otros muchos.

Estos antecedentes permiten entender mejor el altercado que ha tenido lugar en el parlamento de Balears, presidido por Gabriel Le Senne, seguramente hijo de un ingeniero homónimo que fue en los años setenta compañero profesional mío y cuyo paradero desconozco. En los medios se aclara que este tal Le Senne es contrario al aborto y negacionista de las políticas de género y LGTBi+. Las leyes de memoria histórica impulsadas por el expresidente Rodríguez Zapatero y reforzadas convenientemente por la mayoría de las comunidades autónomas fueron un lenitivo para aquellas heridas de la guerra que aún no habían cicatrizado. Ahora, Vox -por mano de Le Senne en las Balears- quiere reabrir las heridas para reivindicar la victoria de los franquistas sobre los republicanos. Hace unos años, los cadáveres de Aurora Picornell y de las mujeres de izquierdas que fueron fusiladas con ella se recuperaron de las fosas comunes y fueron enterrados dignamente. Antes de la llegada de Vox, la gran salvajada de la Guerra Civil había empezado a diluirse en los libros de historia, con el consiguiente alivio de las actuales generaciones.

Por ello, lo sucedido el pasado martes en el Parlament balear es de una extrema gravedad, no tanto en sí mismo sino por el simbolismo que encierra. El energuménico presidente de la institución rompió físicamente el retrato de Picornell y otras ajusticiadas, exhibido por una representante socialista que lo usaba como argumento contra la cancelación de la memoria histórica que pretende llevar a cabo la derecha, en la que Vox es el agente activo y el Partido Popular el dócil rebaño que lo consiente todo por ostentar el poder.

La oposición progresista exige como es lógico la dimisión de Le Senne. Pero es evidente que si llegara a producirse tal renuncia improbable tampoco se zanjaría la cuestión. El problema no estriba en que haya personas como Gabriel Le Senne y sus conmilitones sino en que el Partido Popular las haya normalizado y admitido a la ceremonia democrática, permitiendo que cometan desmanes que la sociedad civil no puede ni debe tolerar. Es, en definitiva, el PP el que ha de limpiar con esmero los charcos de barro que este tal Le Senne ha esparcido sobre la integridad democrática de la política balear.

Suscríbete para seguir leyendo