Opinión | En aquel tiempo

Identidad y Pertenencia

Durante largos años, parecíamos convencidos de que «educar en valores» era una de las finalidades de los años escolares, además de la responsabilidad del ámbito familiar. Hasta el punto de que, llegados a un determinado desarrollo, añadimos el hecho de que la suma de los valores se llamaba «excelencia». Es decir, la maduración oportuna de la Identidad de quien se estaba formando, Identidad que venía desde el útero materno y se prolongaría hasta la muerte de cada individuo. Claro está que esta convicción significaba que la sociedad contaba con un sistema de valores objetivo y significantes, en relación íntima con eso que también se llamaba Humanismo. Pero, en un momento dado, algunos decidieron que este sistema de valores derivaba en una especie de dogmatismo, de forma que la libertad creativa de cada persona quedaba mermada. Y el subjetivismo radical se instaló entre nosotros.

Y derivó en un «dogmatismo de lo relativo», que ponía en manos de cada quien unos valores suscitados desde la más estricta subjetividad. La Identidad se complicó, y sobrevino la negación de «lo absoluto» en beneficio de «lo relativo». De tal manera que la verdad podía cambiarse en beneficio de la opinión más coyuntural y sensitiva. A la vez, se abrió camino una palabreja que, en parte, ya ha sido olvidada: «posthumanismo». Y todos tan satisfechos. La Identidad había sido borrada del conjunto de referentes societarios. Los valores habían desaparecido. Quiero decir que habíamos entronizado unos «contravalores» fascinantes pero de utilidad discutible, casi perniciosa. Hasta hoy.

Pido perdón al lector por esta digresión tan teórica, pero que nos permite abrirnos a otra cuestión íntimamente ligada a la anterior: escribimos de la Pertenencia. Es evidente que la elaboración de nuestra identidad nos permitía desarrollar también nuestra paralela creación de una Pertenencia o vinculación a grupos determinados de naturaleza mucho más social y comunitaria. Porque sin proceso identitario se nos hace imposible el correspondiente proceso pertinente. Nos vinculamos desde las sucesivas identificaciones. Nos vamos «haciendo en común» desde los procesos que nos identifican. Hasta establecerse una relación intrínseca entre ambas dimensiones del acontecer humano, y que, en cada momento de nuestras vidas, denominamos «personalidad»: somos personas que, mientras viven, se identifican como tales y, de esta forma, viviendo, acabamos por formar parte de grupos desde los que elaborar nuestra Pertenencia. Y así, llegamos a situarnos en el acontecer histórico de una manera o de otra. Y de esta pluralidad surgen los «modelos sociales» al uso… o en desuso.

Pongamos dos ejemplos que protagonizan este momento histórico. La Constitución norteamericana aseguraba a sus ciudadanos respectivos una Identidad Popular concreta y segura. Pero de pronto, un grupo de ciudadanos, saliéndose del guión constitucional, asaltaba el Capitolio, y esa misma Constitución entraba en crisis. Trump había dado a luz una nueva forma de identificarse como norteamericano, que probablemente acabará imponiéndose. De la misma forma que las esencias de Francia están a punto de modificarse si la señora Le Pen accede a la Presidencia de una nación que ha sido referente enfático de las tres gracias históricas: libertad, igualdad y fraternidad. Ya no serán lo mismo… porque serán otra cosa. Y los franceses, como también los norteamericanos, se identificarán en un nuevo proceso de Pertenencia completamente diferente. Los inmigrantes, por ejemplo, lo notarán inmediatamente. Y las libertades individuales también. Quien tenga curiosidad, extrapole la situación a nuestra España. Es aleccionador.

Estamos, así, dispuestos a recorrer un camino histórico que nos conduce a Identificaciones absolutamente diferentes en función de Pertenencias no menos diferentes. Quiero decir, por ejemplo, que cuando nos definamos como «Europeos» seguramente estaremos afirmando algo diferente de lo actual. Europa será invadida por un relativismo absoluto como lo ha sido Norteamérica o Francia, y acabaremos preguntándonos si somos lo que decimos ser o hemos decidido identificarnos en pertenencias alternativas que nos convertirán en otra cosa muy diferente. Todo esto puede parecernos una entelequia sin sentido, pero si los lectores hacen un pequeño esfuerzo de relectura reflexiva y apaciguada, entonces se abrirán a un universo mental tan desconcertante como interrogante. Se tratará, en definitiva, de lo que seremos en un futuro casi inmediato. Vaya que sí.

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