Opinión

Estados Unidos funciona mejor sin presidente

Con un Joe Biden rejuvenecido de 81 años a cuatro, el imperio americano muestra unas estadísticas económicas florecientes pese a hallarse al borde de la disolución social

El presidente de EEUU, Joe Biden, durante una rueda de prensa tras la cumbre de la OTAN en Washington

El presidente de EEUU, Joe Biden, durante una rueda de prensa tras la cumbre de la OTAN en Washington / Europa Press/Contacto/Chris Kleponis - Pool via CN

Si te abandona George Clooney, tu futuro se ha esfumado. El actor firma y afirma un traicionero «Amo a Joe Biden, pero necesitamos un nuevo candidato». La pregunta a plantear no es si el presidente estadounidense se encuentra en condiciones de ganar las elecciones, sino si reúne los requisitos mínimos para residir hoy en la Casa Blanca. Por fortuna, la respuesta a ambos interrogantes es la misma, no.

Biden se encuentra en la tesitura de que debe ganarse una nominación que ya le pertenece. Cada día de bloqueo empeora las perspectivas Demócratas, pero la sustitución parece impostergable al margen incluso de la opinión del presidenciable Clooney. De hecho, el círculo íntimo del presidente ya solo fía su supervivencia política, porque la biológica parece más difícil de garantizar, a que la inminencia de las urnas desaconseje un cambio de caballo.

Biden fracasa en el debate ante Trump, no por su intervención concreta sino porque el mundo entero alcanza el consenso de hallarse ante un emperador inservible. Para curarse el sabor de boca del enfrentamiento en la CNN, el presidente concede una entrevista en la ABC a George Stephanopoulos, el antiguo niño prodigio de Bill Clinton. Y empeora en estos 22 minutos de conservación sus lamentables prestaciones en el duelo presidencial, frente a un asedio salvaje del entrevistador que obligaba al presidente a añorar a su rival Republicano. La víctima alega que en su duelo presidencial tenía gripe, una posible covid, con posterioridad ha añadido que se queda inservible a las ocho de la tarde.

La presión para que Biden conceda ha alcanzado un máximo, su séquito debe confiar en un retroceso de la marea que permita salir a flote al náufrago. Si finalmente es sustituido como decreta irreversible James Carville, el creador de Bill Clinton, al día siguiente empezarán a escucharse voces disidentes que culparán a los Demócratas de haberse apresurado con una solución dramática. Todo el mundo pelea por apropiarse del diagnóstico, nadie quiere encargarse del tratamiento.

Biden atraviesa una encrucijada tan espinosa que Kamala Harris parece de repente una alternativa a considerar La vicepresidenta se ha desprendido de sus ojos perezosos, entre aletargados y acechantes, para ensayar una mirada penetrante y un esbozo de sonrisa impropia de una fiscal aguerrida. Es su última oportunidad, más allá del «hecho biológico» y de que no le apliquen el tratamiento reservado a su predecesor Danforth Quayle con Bush padre. Se comentaba medio en broma que el servicio secreto tenía la orden de disparar al vicepresidente, si el presidente sufría un percance.

La fiebre sucesoria no debe ocultar la realidad de un país boyante. Estados Unidos funciona mejor sin presidente, una constatación exportable a otras geografías de gobernantes huidizos. Con un Biden rejuvenecido de 81 años a cuatro, el gigante americano muestra unas estadísticas florecientes pese a hallarse al borde de la disolución social. El inquilino de la Casa Blanca intenta articular las cifras de empleo y el doblegamiento de los laboratorios extorsionadores de Big Pharma, pero no se le oye. El país se ha reducido a un estado de salud.

Esta mejora de las grandes cifras en situaciones precarias puede transmitirse al cuatrienio de Trump, tan desligado de las tareas de gobierno que afrontó serias dificultades para rellenar los cargos de su Administración. Con el aliciente de que los cuatro años en la Casa Blanca también supusieron un revulsivo para los negocios privados del presidente y ahora candidato.

Plantear el problema es más sencillo que resolverlo, incluso para los profesionales acreditados. El New York Times ha encadenado esta semana dos editoriales consecutivos. En el primer sermón dictamina con tintes de irreversibilidad que Biden no puede continuar. En el segundo establece con similar contundencia que Trump no debe retornar. Es decir, la dama gris lleva a cabo una impugnación del sistema de candidatos que no se atrevería a formular ni un humorista de medianoche. Con el pequeño agravante de que la descalificación de ambos candidatos disuelve de hecho la competición electoral. Salvo que se apueste por una presidencia del negacionista Robert Kennedy.

La peligrosa reivindicación de la presidencia ausente podría interpretarse como un viraje de Estados Unidos hacia la estructura monárquica. Esta preocupación asalta incluso al Tribunal Supremo estadounidense. La magistrada Sonia Sotomayor, nominada por Bill Clinton, designó monarca absoluto a Trump, en su voto disidente sobre la concesión mayoritaria de inmunidad absoluta en «actos oficiales» al presidente de las cuatro querellas criminales. De hecho, un periodista de la Fox le preguntó, «¿no querrás ser un dictador?» A lo cual Trump respondió que «solo el primer día de mi retorno a la Casa Blanca». n

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