Opinión | La suerte de besar

El mal ejemplo

Joe Biden

Joe Biden / AP/LaPresse

Recuerdo con nostalgia cuando Amanda Gorman le recitó el poema a Joe Biden el día de su toma de posesión como presidente de los Estados Unidos. Fue un momentazo. Su chaqueta amarilla y su diadema rojo pasión. Sus ojos rasgados, su piel de un color negro precioso, sus gestos, su ímpetu, su elegancia moviendo las manos y su manera de declamar. Fue emocionante. Un rayo de luz tras años de oscuridad. Gorman encarnaba la esperanza e ilusión de una nueva manera de hacer política. Parecía que el odio se apaciguaba, que el miedo desaparecía y que se abrían posibilidades para la diversidad y la concordia. Volvían la poesía, las bellas palabras, la educación y los sueños. El nombramiento de Kamala Harris como vicepresidenta del país más importante del mundo multiplicaba por diez las expectativas de futuro luminoso. Era modernidad y dar carpetazo a la crueldad, ignorancia y zafiedad de Donald Trump, alias naranjito. Ella era el sueño americano en mayúsculas.

Tres años y medio después, parece que todo ha resultado ser un bluf y que las palabras de Gorman se las ha llevado el viento. Si ahora me preguntasen qué tres acciones de impacto positivo en la humanidad ha realizado Biden no sabría nombrar ni una. Si me preguntaran por Harris, pues diría que parece que la obligaron a ir a por tabaco y que jamás volvió. Al margen de la falta de carisma del presidente, del incumplimiento de las expectativas que generó y de la percepción de que nombrar a una mujer como vicepresidenta fue sólo simbolismo, lo que ahora más me molesta es que no sepa que ha llegado el momento de abandonar la pista de baile.

Los que hemos organizado fiestas y cenas en casa hemos sufrido al pelmazo que ignora la importancia de una despedida a tiempo. Es aquél que sigue sirviéndose copas y contando batallitas, a pesar de que te pongas a barrer, a lavarte los dientes y a desmaquillarte en su cara. Cuando tengo la oportunidad de interpretar una obra de teatro (si hay un director en la sala, que sepa que estoy libre y dispuesta) me obsesiona el ritmo y saber qué pausas son correctas y cuáles son un tostón. Odio las escenas que se alargan innecesariamente y que aburren al público. El presidente de los Estados Unidos es esa escena. Es el invitado que no se va, con el agravante de que esa falta de ojo puede llevarnos a un desastre de dimensiones cósmicas. Alguien debería decirle que, con su actitud, está haciendo la mejor campaña para que Donald Trump vuelva a la Casa Blanca. Una irresponsabilidad.

Joe Biden no es sólo un mal ejemplo político. Es, también, un mal ejemplo para los que deseamos respetarnos a nosotros mismos y envejecer con dignidad. Para los que odiamos hacer el ridículo. Para los que sabemos que hay personas muy capacitadas para hacer un trabajo mejor que nosotros y que nos alegramos por ello. Para los que intentamos dejar de lado los apegos enfermizos y sabemos cuán importante es saber dejar ir. Para los que tenemos clarísimo que el bien común es superior a cualquier individualidad. Biden es, a día de hoy, el plasta incapaz de interpretar las señales que le indican que ya es demasiado tarde para seguir bailando la conga solo en la pista. n

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