Que opinen los otros

Daniel Perelló Matheu

El primer fin de semana del verano se publicaron en este periódico dos artículos de opinión con relación a las declaraciones políticas de un futbolista francés. Ambos razonados y razonables. Resumiendo, en uno de ellos la autora se mostró a favor de que los futbolistas opinaran acerca de la política, mientras que, en el otro, el autor daba a entender que se mostraba en contra. La primera alegaba razones como que un futbolista «(…) es ciudadano y, como tal, le afecta lo que suceda en su país, aunque no le importe». El segundo, argumentaba que, «la mayor parte [de los futbolistas] son varones de veintipocos que viven en jet privado, cobran fortunas descomunales y sienten que pagan demasiados impuestos». Por esta misma regla de tres, a los colectivos que viven en la pobreza, entiendo que también se les cuestionará el derecho a opinar. Y, quién sabe, si también a votar. Por no hablar de la inmensa mayoría de futbolistas que no encajan en esa descripción.

   Si algo ha caracterizado la historia de España ha sido el no seguir las diversas revoluciones en materia de derechos civiles o en cuestiones industriales que revolvieron la Europa que comienza después de los Pirineos, revoluciones que tuvieron lugar a lo largo de los siglos XVIII y XIX.  

   Después de que Francia ganara el mundial de fútbol de 1998, el por entonces candidato a las elecciones legislativas Jean-Marie Le Pen, y superada la primera vuelta (por cierto, lo de la primera y segunda vuelta en unas elecciones, gran invento del procedimiento electoral de ese país, con quizá algo más de tradición democrática que otros) aseguró que los franceses no se sentían «completamente representados» por la selección que había ganado el Mundial, ya que «se había exagerado la proporción de jugadores de color». ¿Les extraña entonces que se repitan las manifestaciones que se produjeron por aquel entonces?

Pero bueno, parafraseando a Unamuno, en España, «que opinen los otros». O no.