Todas las vidas de la Fundació Natzaret

La institución cumple cien años tutelando y emancipando a jóvenes: de aquellos chicos de El Terreno con dificultades a los que ahora llegan en patera

"La mayoría de casos han sido éxitos de vida, sabe muy mal que haya esa parte oscura", valora Guillem Cladera sobre las recientes acusaciones de abuso sexual por parte de antiguos usuarios

Redacción

La Fundació Natzaret suma cien años y cientos de menores a los que ha dado alojamiento, formación y un proyecto de vida. Un siglo de existencia que la institución celebra adaptándose a retos impensables en 1924 como la atención a menores extranjeros no acompañados o el abordaje de la salud mental. Pero el aniversario también llega en un momento delicado por las denuncias de abuso sexual infantil contra un monitor en la década de los ochenta.

La centenaria historia de la Fundació Natzaret germina en una ‘possessió’ que se extendía hacia el mar y el bosque de Bellver. «Era propiedad de la familia Rubert, un matrimonio muy creyente que no tuvo descendencia. En El Terreno eran conocidos por su generosidad y ya en vida dieron una casa a cada uno de los trabajadores de su finca», relata Guillem Cladera, director de Natzaret desde 2002.

La fundación se constituyó formalmente un 29 de marzo de 1924, y desde aquel momento la presidiría el obispo de Mallorca. También, en ese momento, se establecía una hoja de ruta que se ha mantenido inalterable hasta hoy: si hace un siglo se trataba de cubrir las necesidades de alimentación y educación de los menores con dificultades del barrio, ahora las puertas también se abren para los que llegan después de recorrer cientos de kilómetros, en ocasiones en patera.

«En un momento determinado se introduce en Palma la tutela de menores y se pide a Natzaret que se encargue de esta misión. Era un concepto distinto, ya no se trataba solo cubrir sus necesidades básicas, sino también de reconducirles con una formación y una educación. En este punto la institución se ganó algo de mala fama como un lugar al que venían los niños que se portaban mal», señala Cladera.

«Mi abuela siempre decía: ‘Si eres malo irás a Natzaret’. Y aquí he acabado [ríe]. Eso se decía en Mallorca. Podría decirse que el tutelaje benefició a los menores, pero no a la fama de la institución», subraya el director de la Fundació.

Los primeros administradores fueron sacerdotes y se estableció un régimen de pensionado en el que convivían menores y profesores. Pep Olivares, coordinador de proyectos de emancipación de la Fundació Natzaret, destaca que los años de posguerra fueron particularmente duros. «Instituciones de toda la isla como esta acogieron a muchos niños porque había muchos huérfanos. Era frecuente que el padre hubiera muerto en la contienda y la madre se quedara sola y no podía ocuparse de todos sus hijos. O se exiliaban y dejaban a los niños en alguna institución», manifiesta.

La casa, que un siglo después continúa disfrutando de un entorno privilegiado, acogía tanto a huérfanos como a jóvenes a los que sus familias no podían mantener por falta de recursos. En una sociedad en la que una mayoría de la población todavía trabajaba en el campo, a menudo las precarias economías familiares no podían cubrir las necesidades de todos los vástagos.

«En esos años llegamos a tener a cien chicos a la vez, algo que ahora sería impensable», interviene Cladera.

El director de la Fundació Natzaret recuerda que durante años uno de los sacerdotes era músico y brindó a los jóvenes formación en la materia. «Los grandes organistas que ha habido en la Seu vinieron de Natzaret», recuerda.

Solo para chicos

La casa se mantenía fundamentalmente a base de donaciones económicas y, en los años de posguerra, en especie. Superada la precariedad de aquel periodo, en la que los niños llegaron a cultivar cactus para venderlos en la calle, Natzaret inicia una etapa de profesionalización. Son los años 60 y 70, cuando profesores titulados empiezan a sustituir a los sacerdotes y se incorporan pediatras. «Hay un punto de inflexión cuando el Estado empieza a colaborar con la institución, por ejemplo pagando a los profesores», indica Cladera. «Aquí se hizo una apuesta muy fuerte por las artes gráficas y la carpintería, fueron muchos los jóvenes que aprendieron esos oficios y se ganaron la vida», añade.

Docentes profesionales y una enseñanza reglada, pero Natzaret siguió siendo un coto exclusivo para chicos hasta bien entrado el siglo XXI, cuando se abrió a las chicas. «Yo empecé a trabajar aquí en 2000, y como director en 2002. En esa época todavía sorprendía que pudiesen convivir jóvenes de distintos géneros», cuenta Cladera.

«Yo antes estaba en un centro dependiente del Consell que también separaba a los niños y a las niñas. Era una inercia a nivel de todo el Estado, no creo que fuese algo propio de aquí», manifiesta Olivares.

Con la llegada del siglo XXI «la casa necesitaba un empujón» después de varios años gestionada por el Consell. «Hubo un momento de crisis porque se abandonó la gestión propia y las instalaciones se alquilaron al Consell de Mallorca. Entre 2000 y 2002 el equipo que llegamos planteamos volver a administrarnos de manera autónoma para lanzar nuestros propios proyectos educativos», evoca Cladera.

Hacia 2020 Natzaret experimentó un último (por ahora) punto de inflexión. «Extranjeros siempre he visto, pero eran la excepción. El fenómeno migratorio de menores que estamos viviendo es de hace cuatro o cinco años», subraya Olivares sobre el incremento de la llegada de menores no acompañados, parte de ellos tras un viaje en patera desde el norte de África.

«Nos han planteado nuevos retos porque hablamos de chicos que llegan con lo puesto. En 2015 yo no sabía ni lo que era un NIE y ahora podría montar una gestoría. En muchos casos llegan y no han visto ni un grifo, aquí aprenden a manejar una ducha. Hay que empezar desde lo más básico», destaca este educador social.

Una sombra en este aniversario

La historia de Natzaret también tiene sombras. Así lo han puesto de manifiesto varios exusuarios del centro, que han denunciado haber sufrido abusos sexuales por parte de un monitor en los 80.

«Lo trato con mucho respeto. Hemos intentado hablar con las personas que estaban en ese momento, pero solo podemos escucharles e intentar ser empáticos. Les hemos invitado a venir aquí y les hemos escuchado. En estos cien años la mayoría de casos de los que tenemos constancia son de éxitos de vida. Pero nada es perfecto. Aparte de escucharles, no tenemos margen para ayudar más», valora Cladera.

«Tenemos jóvenes que después de haber pasado por aquí quieren ser educadores de la casa o tienen empresas. Nos invitan a sus bodas, nos presentan a sus parejas... Sabe muy mal que haya esa parte oscura, pero creo que la parte positiva es más grande y muchas veces no se ve», añade el director de Natzaret.

Historia en blanco y negro: de la playa a la imprenta

El álbum de fotos de la Fundació Natzaret de este último siglo incluye muchas imágenes de jóvenes formándose en alguno de los talleres de la institución y de momentos de distensión en una ciudad que ha cambiado mucho.

«Lo que se hacía aquí era novedoso en comparación con otras escuelas, donde siempre ves a niños uniformados. En cambio, en una de las primeras fotos de Natzaret , de 1924, aparecen niños nadando en el mar. También les veías subidos en carro para ir de excursión o en un llaült en el Port d’Andratx», valora Pep Olivares.

En las imágenes en blanco y negro solo hay niños —las niñas no fueron aceptadas hasta entrado el siglo XXI— y muestran algunas pinceladas de la vida de aquellos jóvenes que vivían internos en la institución.

Nadar o ir en barca era habitual entre los jóvenes en una época en la que el mar llegaba hasta los límites de la finca.

Otras estampas muestran a los niños en la imprenta o atendiendo a las explicaciones de un profesor. «Aquí recibían clases y también aprendían oficios. Estaba la imprenta, donde los jóvenes se formaban, pero también tenían mucho éxito los talleres de agricultura y ebanistería. Como ahora, se pensaba en la inserción laboral de los menores, aunque era todo muy simple: aprendían el oficio y se iban a trabajar. En una época en la que podían empezar su vida laboral a partir de los 14 años», relata Olivares.

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