Opinión

Catalanes que no entienden Catalunya

Carles Puigdemont y Pedro Sánchez.

Carles Puigdemont y Pedro Sánchez. / EFE

El 12M sucedieron muchas cosas, pero la más relevante es que la ciudadanía entregó el certificado oficial de defunción del procés. El independentismo por supuesto no muere, pero sí lo hace su mística. Puigdemont crece en escaños, pero ni siquiera absorbe toda la caída de Esquerra, pierde el plebiscito que él mismo se autoimpuso contra el PSC, y se deshace la leyenda del presidente restituido. La debacle de Esquerra es doble, porque se desangra doblemente por la izquierda y por el flanco del independentismo militante, que la castiga sin piedad. El resultado es que el soberanismo pierde casi un millón de votos respecto a 2017, y se cierra así el relato dominante de la última década. Se terminaron los días históricos, el unilateralismo, la pretendida mayoría del 52%, el referéndum y todo el sinfín de trucos de magia que han marcado los últimos años de la política catalana. La receta antiinflamatoria de los indultos y la amnistía de Pedro Sánchezse ha impuesto como una estrategia mucho mejor que los piolines y los jueces afines del PP, y se abre ahora un nuevo e inédito escenario.

Gobierne quien gobierne, ya no será para hacer ninguna independencia sino para gestionar una autonomía convencional. En un ejercicio de supervivencia a la desesperada, Puigdemont anunció que se presentará a la investidura, un escenario imposible que caducó a los pocos minutos de ser anunciado, otro juego de malabares fallido que lo deja en una posición aún más precaria. Lo cierto es que el 12M deja a todos los líderes independentistas al borde del abismo. Hasta pocas horas antes del domingo, Junts decía que quería «ganar» los comicios, un objetivo del que se ha quedado a años luz.

Junqueras queda también en una situación agónica, a pesar de que ya haya entregado la cabeza de Aragonès, un gesto que a estas alturas parece insuficiente para poder atajar la hemorragia interna. La sensación es que el independentismo no ha entendido la evolución que ha sufrido Catalunya estos últimos años, y cómo ha ido cambiando su relación con el procés.

Nada ejemplifica mejor el nuevo escenario en que nos encontramos si analizamos los resultados en Santa Coloma de Gramenet, novena ciudad de Catalunya, donde el PSC ganó el domingo con un apabullante 46,9% de los votos y Junts fue la quinta fuerza, con solo el 5,1%, a más de 40 puntos de diferencia. Guste o no, la Catalunya identitaria es hoy una ensoñación del independentismo que solo domina en poblaciones pequeñas de menos de 10.000 habitantes. El punto débil de los liderazgos de Puigdemont y Junqueras no es que hayan tenido diferencias personales o que hayan sido negligentes desde el punto de vista estratégico, que también. El problema es que, en el fondo, no han entendido hacia dónde iba su propio país y han confundido sus deseos con la realidad. La Catalunya de 2024 poco tiene que ver con la de 2017, y el relato identitario que antes servía para seducir a una mayoría ahora es claramente minoritario. El independentismo que empiece a entender en qué país vive será el que más rápido se reconstituirá.

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