Opinión | editorial

Frente a la violencia en Son Gotleu, refuerzo de la convivencia

La policía es consciente de que las porras logran disipar situaciones de tensión, pero nunca resuelven problemas de carácter social

Cargas policiales en Son Gotleu para evitar una nueva batalla campal en Indalecio Prieto

Cargas policiales en Son Gotleu para evitar una nueva batalla campal en Indalecio Prieto / DM

La tensión vivida estos días en Son Gotleu es, con todos sus matices, un capítulo más del largo listado de conflictos sociales ligados a la inmigración que han estallado en diversos puntos de Europa. No es la primera vez que este barrio popular de Palma, de gente trabajadora de diversas procedencias, donde la inmensa mayoría se esfuerza en salir a flote y labrarse un futuro en un mar de dificultades y desidia institucional, se ve sobresaltado por altercados que generan alarma social por la gravedad propia de los hechos. Y lo que es peor, por la sensación de que se está ofreciendo una respuesta deficitaria a un desafío de dimensión global y múltiples aristas. El robo en un domicilio ‘sensible’ fue el detonante que movilizó en esta ocasión a una cincuentena de jóvenes encapuchados, armados con palos y bates de béisbol, para apalizar a grupos de argelinos, a quienes atribuyen una oleada de delitos que han generado gran malestar entre los vecinos, asustados por sus métodos violentos. Un gran despliegue policial impidió que se consumara la cacería, que ha unido en el mismo bando a grupos protagonistas de sonados enfrentamientos en el pasado, con el trasfondo del control del mercado de la droga. Otra faceta de la Mallorca de los excesos. La sensación generalizada es que el polvorín puede reactivarse en cualquier momento. La policía es consciente de que las porras logran habitualmente disipar situaciones de tensión, pero nunca resuelven problemas de carácter social.

Se trata de jóvenes llegados en pateras y abandonados a su suerte, frustrados, sin techo ni recursos, en situación de vulnerabilidad, pasto de la delincuencia y del consumo de drogas, y sin posibilidad de repatriación porque no hay tratado de extradición a Argelia desde que Pedro Sánchez apoyó a Marruecos en su conflicto con el Sáhara. No puede abordarse esta situación con ideas simples y apriorismos ideológicos, aunque cabe preguntarse por qué en este caldo de cultivo avanzan las posiciones xenófobas y las fuerzas de la ultraderecha. Entre los muros infranqueables que atentan contra los derechos humanos y las puertas abiertas que exceden toda capacidad de acogida, especialmente en una isla saturada por el crecimiento demográfico y turístico como Mallorca, se debe gestionar con rigor antes de que sea demasiado tarde, sin perder de vista que los flujos migratorios también son utilizados como arma política. «Un barrio donde hay argelinos es solo un lugar donde se multiplica el crimen» podía leerse en la pancarta del centenar de personas que acudieron a la concentración de la plaza Fra Joan Alzina, sin distingos entre personas que delinquen y procedencias. Frente a ellos, la plataforma de entidades del barrio pide recursos para desarrollar planes de acogida que garanticen unos mínimos de asistencia y faciliten la integración en una barriada, que no deja de recibir gente. Nuestros líderes políticos han pasado en esta campaña de las elecciones europeas de puntillas, enzarzados en su particular barro, sin propuestas solventes que fijen el marco para construir un sentido de pertenencia común, seguro, capaz de albergar identidades culturales diversas, pero también integradas en la tierra de acogida. Lo pagaremos.