Opinión | La suerte de besar

Lo bien que estamos

No sabemos lo bien que estamos hasta que dejamos de estarlo. Aprendí esto de jovencita, cuando tuve una neumonía y pasé un mes en cama, pero no es necesario ser tan drásticos. Basta un ligero dolor en un pie, pasar por una gripe o que te moleste un uñero para apreciar lo maravilloso que es que tu cuerpo funcione con armonía.

Soy consciente de la suerte que tengo de vivir en un lugar en donde abres el grifo y sale agua. Y, además, agua potable. En donde no hay cortes de electricidad, las calles y carreteras están en buen estado, los supermercados están abastecidos y existen farmacias en donde se dispensan medicamentos para cualquier tipo de mal. Agradezco que haya un cuerpo policial al que acudir si tengo un problema o un sistema judicial independiente en el que confiar. A veces se me olvida lo afortunada que soy por vivir en un país en donde no es legal llevar un arma y en donde, generalmente, pasear por la calle no es una actividad de alto riesgo. Recuerdo la expresión de pánico de mi prima venezolana el día que hicimos un tour por Mallorca y nos paramos en un semáforo de Palma con las ventanas bajadas. En su ciudad, Caracas, la violencia hace impensable ese acto cotidiano.

Me tranquiliza vivir en un país en donde, si una mujer tiene que abortar, el sistema garantiza que pueda ejercer ese derecho. Siento gratitud hacia todas mis congéneres que han luchado y siguen luchando duro en contra de las brechas salariales o discriminaciones de cualquier tipo. Considero una riqueza vivir en una comunidad bilingüe y me gusta y quiero expresar mis ideas y mis emociones libremente y en cualquiera de estos dos idiomas.

Me gusta confiar en que, si me pongo enferma o me convierto en una persona dependiente, puedo ir a un médico o a un profesional que me curará y cuidará con dedicación y profesionalidad, independientemente de mi capacidad económica o estatus social. Anhelo vivir en una sociedad que proteja el envejecimiento digno y garantice el bienestar de todos y no sólo de quienes pueden pagarse la presencia de un cuidador.

Es un privilegio poder ir al colegio y aprender. Que labrarse un futuro sea una opción para todos y no sólo para los más favorecidos es uno de los grandes logros sociales. Me enorgullezco de vivir en un lugar en donde, si tengo alguna discapacidad, puedo optar a recursos sociales, formativos o laborales que amplían mis posibilidades de vivir una vida normalizada y lo más autónoma posible.

Quiero poder expresar mi opinión sin miedo a una represalia. Y quiero que cualquiera pueda hacerlo. Quiero vivir mi afectividad y sexualidad con libertad. Y quiero que cualquiera pueda hacerlo. Quiero que se respeten mis derechos y mis libertades y que se me exijan mis obligaciones. Y quiero que hagan lo mismo con toda la ciudadanía. Si, por alguna razón, tuviera que migrar, desearía sentirme respetada y acogida en otro país. Y me gustaría que cualquier persona sintiera lo mismo al llegar al mío.

Puede que los que votaron a partidos radicales en las elecciones europeas ignoren que pudieron hacerlo gracias a los derechos que esos partidos hoy ningunean. Algún día recordarán lo bien que estaban y lo poco que supieron valorarlo.

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