«Mallorca no está en venta y el Orgullo tampoco»

Cerca de 3.000 personas marcharon ayer por las calles de Palma para reivindicar los derechos del colectivo LGTBI+. «Yo solo quiero ser feliz, no le hago daño a nadie», afirmó Lesli Avanzúa, de 67 años, quien pidió simplemente «respeto»

Manifestación del Orgullo LGTBI+ en Palma bajo el lema ‘El nostre Orgull, la educació que transforma’

Guillem Bosch

«Mallorca no está en venta y el Orgullo tampoco», «Aquí está la resistencia trans», «LGTBI, la lucha en la calle». Son algunas de las proclaman que corearon ayer los cerca de 3.000 manifestantes que salieron a las calles de Ciutat para decir basta: «Los derechos fundamentales de las personas, sea cual sea su condición, no se tocan. Ni un paso atrás».

Eran las seis de la tarde, hora en la que estaba programada la salida de la protesta del Orgullo LGTBI+ en Palma que organizaba la asociación Ben Amics, y el Passeig del Born se convirtió en un goteo incesante de gente que llegaba para unirse a la «reivindicación, no la fiesta», este año bajo el lema El nostre orgull: l’educació que transforma.

«El armario para la ropa», «Amor y libertad», «Tú no m’has de dir a qui he d’estimar» o «La tauromaquia no es mi cultura» eran algunos de los lemas que lucieron los manifestantes en sus pancartas, que alzaban con orgullo mientras aguardaban a que diera inicio la marcha. Ataviados muchos con la bandera de arcoíris y abanico en mano para combatir el sofocante calor que acechaba ayer a la isla, pasadas las seis y media de la tarde la protesta echaba a andar con la batucada Tambors per la Pau a su inicio amenizando la jornada.

«El odio nos mata», uno de los lemas que lucieron las manifestantes con la imagen de Le Senne. | G. BOSCH

«El odio nos mata», uno de los lemas que lucieron las manifestantes con la imagen de Le Senne. | G. BOSCH / anabel ruiz

Lesli Avanzúa, de 67 años, se encontraba justo al final, con la última pancarta de la protesta. Agarrada a ella con una mano y con la otra sosteniendo su bastón, caminaba con dificultad pero sin ralentizar el paso. «Estoy aquí para dar la cara y seguir luchando por nuestros derechos, aunque muchos políticos quieran arrebatárnoslos como es el caso de la extrema derecha», comenzó a narrar. Es una asidua en estas manifestaciones. «No me pierdo ni una», apostilló, mientras enumeraba que había asistido a la de Madrid, Barcelona, Palma y hasta la de Inca.

«Hoy soy feliz, puedo ser yo, ser libre»

Según contó, la imperiosa necesidad de dar visibilidad al colectivo LGTBI hace que año tras año alce la voz para gritarlo a los cuatro vientos en las calles de cualquier localidad. «No podría explicarte con palabras cómo me siento. Hoy soy feliz, puedo ser yo. Puedo ser libre», aseveró con un hilo de voz, sin dejar de seguir a la marea multicolor.

Afincada en Magaluf hace más de 24 años, aseguró que siempre había recibido el apoyo de su familia, de origen chileno, eligiera a la pareja que eligiera. Pero no lo vivió así en otros ámbitos de su vida como el laboral, donde notaba un rechazo. «Yo solo quiero ser feliz, no le hago daño a nadie», sentenció.

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Unas palabras que corroboró Lady Xtraraganzza, de 44 años. Ataviada con un vestido rojo con transparencia y unos imponentes tacones, desfiló por las calles de Palma bajo la atenta mirada de los presentes. Muchos fueron los que la fotografiaron y ella, sonriente, aprovechó para posar y soltar su discurso: «La falsa moral que rodea al mundo trans actualmente en España».

Según explicó a este rotativo, hacía apenas unos minutos había vivido lo que se ha convertido en su rutina: «Las mofas constantes de la gente». Había salido de casa cuando un grupo de obreros, desde sus puestos de trabajo, la vocearon, ridiculizaron, además de «regalarme unos cuantos improperios». Una escena que, tristemente, «es más habitual de lo que os podéis imaginar». Por ello, dijo, ayer se animó por primera vez a participar en la manifestación del Día del Orgullo LGTBI+, para reclamar «respeto». Ni más ni menos. «Yo no me meto con nadie ni le digo a nadie lo que tiene que hacer. En cambio a mí sí se me cuestiona constantemente. Solo quiero que me respeten y vivir tranquila, en paz. Yo no hago daño a nadie», repitió, al igual Avanzúa.

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Un río de gente compuesto por colectivos de todas las edades, aunque predominaban los jóvenes, marchó por las calles de Palma. El recorrido fue un calco al del año pasado: Plaça Tortugas, Carrer Unió y la Plaça del Mercat, seguido del Carrer de la Riera, La Rambla, Baró de Pinopar hasta llegar a Avenida Alemanya. Ahí la masa se acordó del presidente del Parlament, Gabriel Le Senne, a quien le corearon, todos al unísono, «oye, Le Senne, cuelga tu bandera». Un guiño que suscitó la risa de alguno de los presentes. Aunque no fue el único. Algunos socialistas como Andreu Serra o Joan Ferrer lucieron unas camisetas con el rostro de la segunda autoridad de Balears grabada y con una bandera LGTBI como telón de fondo.

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La protesta continuó por Comte Sallent, Avenida del Gran i General Consell hasta llegar al punto de encuentro: la plaza de España. Ahí se encontraban agolpados a la masa Fernando Montiel (24 años) y su pareja Mauricio León (27 años). Este último, de origen argentino, defendió que «hoy más que nunca es necesario pararle los pies a la extrema derecha, aquellos que quieren que retrocedamos en derechos». Precisamente él, incidió, hablaba por experiencia al tener a Javier Milei como presidente de Argentina. «Es muy importante visibilizar la homosexualidad, al colectivo trans, y avanzar en derechos porque aún no sentimos como el bicho raro», detalló.

Vivir con miedo por la condición sexual

Su pareja asentía a sus palabras, hasta que se animó a hablar. Sigue viviendo con miedo y se sigue responsabilizando por ser homosexual. «Por no ser lo que esperaban de mí», precisó. De hecho contó que nunca había ido de la mano con su pareja por la calle: «Me da cosa». Y aunque todo ello lo ha trabajado en terapia, el rechazo de su familia por su condición sexual le ha limitado en su vida, hasta que dejó Paraguay para residir en España. «Mi familia es muy religiosa y no me entiende. Mi madre me llegó a decir que con unas oraciones mi homosexualidad se podría arreglar», afirmó con la cabeza cabizbaja. Cada uno con sus historias a sus espaldas, esta pareja solo pide una cosa: respeto.

También lo reclamó Aïda Delacomba, de 28 años, quien incidió en la necesidad de dar visibilidad a la cotidianidad de este colectivo para «dejar de estar arrinconados y escondidos». Y el primer paso, como también proclamó la entidad Ben Amics durante la lectura del manifiesto en el Parc de ses Estacions, pasa por la educación. Una educación igualitaria en la que el respeto sea el fundamento. Donde se respete la diversidad y por encima de todo, no se pisen los derechos de ninguna persona. «Se acabó eso de estar castigados y relegados. Estamos aquí y reclamamos nuestros derechos como cualquier otro», sentenció Delacomba.