Opinión

El reconocimiento de Palestina y otras cosas

No alcanzo a comprender el revuelo y las declaraciones altisonantes, en unos casos, y groseras, en otros, por el próximo reconocimiento de Palestina por parte de Irlanda, Noruega y España. Porque con anterioridad ya lo habían hecho 142 estados de los 193 que componen la ONU.

Otra cuestión es que se trate exclusivamente de una medida de presión simbólica, de una parte, y de un guiño electoral para las europeas, de otra, con el objetivo de presionar a Israel. No implica ni el reconocimiento de Hamás, que es calificado por el gobierno español como un grupo terrorista, ni que vayamos a enviar un embajador, porque no hay ni dónde ponerlo, ni cristo que quiera ir. Porque Palestina carece de territorio, porque el poco que les quedaba o bien está trufado de asentamientos judíos en Cisjordania, o se trata de un solar lleno de muertos y cascotes, que es a lo que se ha reducido Gaza. Y todo parece que así va a continuar hasta que Israel acabe con los cuatro batallones que dice que les quedan a Hamás en Rafah.

De otra parte, el viejo bobo que gobierna, hasta el próximo noviembre, los Estados Unidos, sigue haciendo ver que quiere parar la matanza, cuando realmente sigue proporcionando armas a Israel y en paralelo negocia con Egipto, Arabia saudí y Qatar el día después de la última carnicería. Pretenden crear una coalición internacional de países árabes con los restos menos corruptos de Al-Fatah y la supervisión de Israel, que con la colaboración de la Unión Europea (colaboración significa poner muchos millones de euros) ejerzan una especie de tutela de la miseria, la soledad y la desesperación que los israelitas, con la aquiescencia americana, van a dejar en ese «estado» que vamos a reconocer el 28 de mayo.

Y hay gente cabreada por esto. Lo que demuestra, una vez más, la máxima de Quevedo: «todos los que parecen estúpidos lo son, y además también lo son la mitad de los que no lo parecen».

Entretanto, Israel ha construido una carretera que parte Gaza en dos y numerosas instalaciones que apuntan a que tienen intención de quedarse una larga temporada. El mapa satelital que publica el Washington Post es escalofriante. Y aquí engancho con las repercusiones que la cruel pasividad americana va a reportar a las elecciones de ese país del próximo 5 de noviembre.

El sistema electoral norteamericano es una suerte de mayoría indirecta, porque quien elige al presidente no son los votantes, sino los delegados estatales. Cada estado tiene un número de delegados que van de los tres de Delaware a los 54 de California. Quien gana en cada estado se lleva todos los delegados, de tal forma que en cómputo global norteamericano un partido puede sacar más millones de votos, pero perder las elecciones. Fue lo que le pasó a Hillary Clinton en 2016, y ganó Trump. Pero, además, debido a la fidelidad republicana o demócrata de la mayoría de los votantes americanos, las elecciones se deciden en sólo siete estados: Pensilvania, Wisconsin, Michigan, Nevada, Arizona, Georgia y Carolina del Norte. Donde se realizan la mayoría de los mítines, obviamente.

A fecha de hoy Trump tiene ventaja sobre Biden. Los votantes jóvenes (sobre todo los universitarios), negros, latinos en menor medida, mujeres y musulmanes (Michigan) que votaron mayoritariamente a Biden, después de haber visto en directo la carnicería palestina y cómo los niños se mueren, literalmente, de hambre, no van a estar por la labor de premiar con su voto a quien podía haber parado las salvajadas que está haciendo Israel.

Si viviera en Israel no podría haber escrito este artículo, porque aparte de haberme tachado de antisemita (que no lo soy), me habrían llevado preso. Por lo que puedo concluir que más allá de los atascos, de los agobios y de las penurias de la vida, vivo en un país en paz, porque paz es precisamente lo que ha traído la Unión Europea a este continente, puedo escribir casi lo que quiera, tengo trabajo, voy a tener pensión y si me quejo es únicamente por solidaridad con los que no lo tienen y contribuyen desde miles de kilómetros de distancia a mis tribulaciones.

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