Opinión

El rapto de Europa

Cuadro de Henri Matisse

Cuadro de Henri Matisse / DM

En la actual Sür, antigua ciudad fenicia llamada Tiro en lo que hoy es el Líbano, un tal Agenor que reinaba tuvo cinco hijos y una única hija bellísima: Europa. Ésta parece ser que tenía el rostro más delicado que ustedes se puedan imaginar, una mirada tan dulce que mejoraba el mundo con su presencia y de una suavidad aterciopelada cuando abría los ojos. Todo en ella era, en belleza, desproporcionado. Sí, aunque Llull dejase escrito que dependa de quien mire y cómo lo haga. En las primeras versiones se dice que los brazos eran blancos como el marfil y aunque hoy sea políticamente incorrecto vamos a mantenerlo así. Además, nos estamos refiriendo nada más que a Europa la misma que da nombre a la entidad que hoy se blinda y da la espalda a miles de personas de piel un poco más oscura que perecen en el mar ahogadas. Quizás mañana los resultados electorales empeoren más la situación de estas personas que en gran parte viven o han nacido en países expoliados y masacrados en sus recursos por los mandatarios de la mismísima a la que hoy nos referimos.

Su caminar elegante y pausado, la risa bien sonora (el poder sobre los demás, pues las cosas a medias no van) y se dice también que el cabello de rizos anaranjados le llegaba a los tobillos. Como su rey, y padre, sabía que una chica como ella, Europa, (calma, por favor, lo dice la leyenda) podía volver locos «de amor» a los hombres, no le permitía ir sola a ningún lugar. Todos seguían y siguen hoy queriendo estar en ella. Un auténtico drama. Mañana votamos y vamos a decidir unas cuantas cosas, algunas bien inquietantes. Ningún hombre ajeno a su familia se podía acercar pues si no eran sus hermanos el padre la vigilaba, pero los dioses sí podían verla, de hecho Zeus quedó del todo fascinado, tanto pensó en ella que se obsesionó, se puso en plan adolescente, además todavía no se había desarrollado del todo, como tal, el derecho de pernada, se institucionalizaría más adelante con carácter retroactivo. Soñaba con abrazarla, pero no era fácil si iba con rostro de hombre, no llegaría ni a poder acercarse.

Mientras, la chica se dedicaba a los paseos y a jugar con las amigas en la playa recogiendo flores en las dunas, debían ser azucenas de mar que hoy tenemos urgentemente protegidas, un día atisbó un rebaño de toros, eran negros y de color tierra bastante comunes pero en la retaguardia de todos ellos uno muy corpulento y blanco como la nieve brillaba de lejos, sus cuernos dorados marcaban una media luna. Empezó a correr, qué bonito, gritaba. Puede ser peligroso, cuidado, respondían sus amigas. Pero ya no escuchaba, ya estaba con él y le acariciaba el cuello. El animal se dejaba hacer, a nadie le amarga un dulce, casi ni se inmutaba. ¡Venid! ¡Tocad que pelo tan suave! No te acerques tanto, ve con cuidado por favor… Qué daño me iba a hacer, pensaba, es suave y muy dócil, le llegó a colgar un collar de flores hecho por ella y le cantaba susurrando al oído. Sus hermanos observaban sin preocupación pues lo veían manso. Al final se subió al lomo. El animal aceptó ese juego e inició su paso lento por la orilla de la playa donde acaban las olas. Ella reía feliz de su poder sobre una bestia tan descomunal. Incluso sus amigas se olvidaron del miedo y empezaron a reír.

Pero aunque invisible, el peligro era bien real como el de mañana según los resultados después del escrutinio. Aquel toro no era lo que parecía, era el mismo Zeus metamorfoseado en enorme criatura juguetona, todo para acercarse a Europa. El corazón de la bestia quemaba de forma incontrolable. De repente empezó a temblar la tierra y todo crujió, el toro se lanzó al agua dejando un impresionante rastro de espuma. La chica se agarró fuerte a su espalda, cuando se giró mirando hacia atrás la playa ya quedaba lejos (como más tarde sucederá en la Faula de Guillem de Torroella una de las primeras obras de ficción europeas, ciclo artúrico y en catalán). Hermanos y amigas chillando a lo lejos pero ella ya no podía oír nada. Su corazón se llenó de terror y empezó a comprenderlo todo. Así como la ballena de la Faula llegaría a Camelot, este bicho pararía en Creta, la de montañas altas y fértiles campos y muy cerca de una fuente. Zeus le reveló la verdad y a la sombra de unos plátanos la abrazó por primera vez y le hizo descubrir los secretos de la carne.

Tuvo tres hijos de Zeus y este le regaló la isla dónde quedaría mientras él volvía al Olimpo. Creta sería tierra de sus hijos y nietos. Para que quedase testimonio de esas tres fabulosas sacudidas, colocó en el firmamento una serie de estrellas dibujando el contorno del signo de Tauro, esa constelación en forma de toro que sigue recordando ese narcisismo que tanto odian algunas feministas, y el mismo episodio en cuestión que de rebote advierte de los peligros de confiarse demasiado.

Sí, este mito ha permanecido hasta nuestros días pues la humanidad se repite una y otra vez en sus errores, sin descanso. Pocos toros albinos se ven hoy, pero en pocas horas y muy a otro nivel vamos a comprobar a cuánto va el kilo de lana caprina. n