Opinión | Escrito sin red

A propósito de Le Senne

Cuando ya ha transcurrido más de una semana de los hechos en el Parlament protagonizados por su presidente, Gabriel Le Senne, y las diputadas Mercedes Garrido y Pilar Costa, quizá pueda parecer superfluo añadir nuevas consideraciones sobre los mismos. La verdad es que pocos asuntos, no sé cuáles, han merecido tan amplio despliegue de información en la prensa, tantas columnas y editoriales de condena, el video en todas las cadenas de televisión, como si hubiera estallado una nueva guerra mundial. A Le Senne se le ha llamado matón, machista, fascista, machirulo, miserable y no sé cuántas lindezas más. Hasta nuestro oportunista presidente del Gobierno ha calificado su actuación de execrable y ha reclamado la actuación de la obediente fiscalía para reparar el mal causado y castigar al responsable. En cada sentencia del tribunal de papel se le ha exigido la dimisión de su cargo como único lenitivo para intentar resarcir el daño causado al supuesto prestigio del Parlament y a la buena conciencia de la ciudadanía. A pesar de la exuberancia crítica, creo que es posible ofrecer algún punto de vista adicional.

De entrada, el motivo que dispara los acontecimientos, el homenaje a Aurora Picornell, se justifica por ser víctima del odio. Pero extendiéndolo a todas las víctimas del odio ideológico de los dos bandos de la Guerra Civil. Lo asumo desde una profunda distancia a los presupuestos de Picornell, activista destacada del PCE, torturada y ejecutada por falangistas la noche de Reyes de 1937 y sepultada en una fosa en Son Coletes. Ni las ideas ni las compañías de Picornell justifican por sí solas su enaltecimiento póstumo, sólo su criminal ajusticiamiento. Su marido, Heriberto Quiñones, en realidad Yefim Granodowski, de origen moldavo y espía de Stalin, ordenó en Mahón, en 1936 (Menorca estaba en manos de la República), la ejecución de 73 menorquines entre los que figuraba el comandante Lorenzo Lafuente Vanrell, abuelo de uno de los cargos del Govern. Reivindico a Picornell como a todas las víctimas, e insisto en ello, porque después de más de 80 años de la Guerra Civil y de las leyes de memoria de Zapatero, con la excusa de que el franquismo ya homenajeó a las suyas (que ya casi nadie recuerda, a no ser los historiadores), parece como si las únicas y verdaderas víctimas sean las del bando republicano, el bueno, mientras que las del bando rebelde, el malo, hubieran merecido su suerte por pertenecer al lado malo de la historia. Con Zapatero en la presidencia del Gobierno se produce una reivindicación de la República y el cuestionamiento de una Transición en la que izquierda y derecha se conjuraron para no repetir la división de los años treinta. Un pacto mediante el cual fueron los franquistas los que desmontaron el franquismo, aunque confiriendo el poder político a los partidos, por el sempiterno temor de las élites al poder de los ciudadanos. Con Pedro Sánchez se ha agudizado la polarización ideológica, y la colusión del socialismo con la ultraizquierda de Sumar, Podemos, Bildu y el independentismo, tal como en 1936. De los hechos de 2017 surge con fuerza la extrema derecha de Vox, el aliado implícito de Sánchez para eternizarse.

De esa colusión forman parte Mercedes Garrido y Pilar Costa, que, pertrechadas con las fotos de Picornell en la tapa de sus ordenadores, sabiendo que vulneraban la imparcialidad de la mesa del Parlamento, preparaban una provocación en toda regla al presidente, Gabriel Le Senne. Al fin, tras desobedecer las órdenes de retirar las fotos, se produjo la belicosa y atropellada reacción recreada en periódicos y televisiones, la histérica reacción de Le Senne que va a perseguirle toda su vida: arrancó con furia las fotos, las arrugó y las echó a la papelera. Garrido y Costa eran expulsadas del pleno eufóricas mientras Le Senne apenas iniciaba un vía crucis que sólo puede terminar cuando deje el cargo. Ya ha pedido perdón. Ha reconocido su error, lo ha atribuido al ofuscamiento y ha afirmado que no piensa dimitir. Mientras, entre las filas de sus aliados del PP, la presidenta Prohens le ha pedido que reflexione sobre su responsabilidad al frente del Parlament, una forma sutil de hacerle ver que la dimisión es el único camino digno para él y para el buen nombre del Parlament. Por el contrario, sus compañeros del Vox, empezando por Abascal, le han aplaudido las formas, resaltando la contundencia con la que ha impuesto su autoridad. Con ello, por si no fuera suficiente con el derroche de machismo, autoritarismo, rezos en Ferraz, caballos y demás excreciones testiculares, alertan de su peligro, contribuyen a reforzar el muro de Sánchez contra las “ultraderechas”.

Le Senne no da el tipo de machirulo o macho alfa. Su biotipo parece ectomorfo, alto, delgado, partidario del Yunque, de acendradas convicciones religiosas. Ya dio señales inequívocas de un cierto desorden cognitivo cuando atribuyó determinados comportamientos femeninos a la ausencia de pene, reflejando una deficiente digestión de teorías pseudofreudianas. Intentó justificarse con el ofuscamiento cuando es cualquier cosa menos una justificación. Un presidente de un parlamento no puede ofuscarse. Y por encima de cualquier regla, por muy democrática que sea, está el sentido común. Cualquier regla, incluso la de la razón, llevada hasta el extremo, conduce hasta la barbarie. Más allá del respeto, la consideración, la humanidad, la empatía debidos con el adversario político. Eso es lo que demanda lo que llamamos civilización. Le Senne ha demostrado no ser muy inteligente cayendo en la provocación de las dos activistas socialistas. Su torpeza se alía con su acomplejada relación con la otredad. En su carácter reside su particular némesis. En qué cabeza cabe que el presidente de una institución como el Parlament se involucre personalmente en el mantenimiento del orden. ¿Acaso no hay ordenanzas en la institución para ejecutar las decisiones de la presidencia? Le Senne no es ni un matón ni un machirulo, es un pobre hombre que, debido a la debilidad de su carácter, a su falta de templanza, a su torpeza, ha incurrido en un atroz ridículo insoportable para el Parlament y la ciudadanía de Balears. Si le quedaran un poco de la dignidad, la franqueza y la asunción viril de los errores, con las que un hombre cabal se juzga a sí mismo, dejaría ya el cargo y la política. El daño es irreparable.

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